Nadó más de 11 horas en aguas frías para festejar su jubilación

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En un viaje como mochilero se enamoró del Sur y forjó su vida de docente en la provincia. Hace pocos días hizo cerca de 27 kilómetros para despedirse del lugar donde trabajó como profe de Educación Física.

Por Guadalupe Maqueda

Era joven, profesor de Educación Física y soñador. Un día agarró la mochila, conoció Villa Traful y no se quiso ir más de esta provincia. Agradecido con el entorno natural que lo cautivó cuando tenía 24 años, se despidió del lugar que le dio tanto sumergido en aguas abiertas, allí donde los lagos se unen y confluyen para llegar juntos hasta el océano Pacífico, como los amigos, colegas y familiares que acompañaron su increíble travesía.

Vino de la provincia de Buenos Aires, se enamoró del Sur y tuvo la suerte de conseguir trabajo. El por entonces joven mochilero, hoy tiene 55 años. Se llama Alejandro Monsalvo y hace pocos días nadó más de 11 horas para festejar su jubilación. «No fue para vencer ninguna barrera, ni para decir yo puedo, fue para despedirme del lugar donde trabajé 22 años. Las aguas abiertas son una continuidad de la vida misma», expresó.

En enero de 2020, debutó con dos italianos que hacían Siete Lagos a nado, gracias a la convocatoria del profesor y director de Deportes. -Sebastián Lardit. Esa fue su primera experiencia en aguas frías. Luego comenzó a entrenar para participar en distintas competencias. Nadó en el Lago Espejo, Isla Huemul y Lago Puelo. Pero nunca había llegado tan lejos. «Más que resistencia, se necesita cabeza y fortaleza para terminar», dijo.

El pasado 28 de junio decidió festejar su jubilación de la misma manera, en un claro gesto de agradecimiento hacia su lugar de trabajo y el entorno natural que lo rodea. Entrenó bastante los días previos, en condiciones no muy favorables porque encontró el lago picado. Sin embargo, ese día recordó que «fue un espejo el agua». Aunque la temperatura estuvo fría y cambiante.

Con Mati, otro profesor amigo, buscaron la ruta más corta que conecte los lagos Nonthue y Lácar. De esta manera, salió muy temprano, alrededor de las 7 de la mañana, desde el muelle Chachin, hasta llegar a la playa municipal de San Martín de los Andes. Fueron casi 27 kilómetros, 11 horas y 35 minutos de nado sin parar. Sólo por algunos segundos y cada 15 minutos paraba para hidratarse y alimentarse, gracias al apoyo logístico de tres kayakistas experimentados que lo acompañaron, entre ellos Matías Duarte, Lauti Andreani y Lucas Monsalbo, su hijo mayor. También lo aprovisionaron de insumos desde una lancha la médica que lo acompañó, Dana Lardit, el kinesiólogo Nicolás Suarez, y un amigo que lo animaba con chistes.

En el trayecto, vivenció distintos escenarios y temperaturas que oscilaron entre los 16 y los 23 grados centígrados, hacia el final de la travesía. Tuvo dos calambres que pudo resolver bien gracias a la técnicas que aprendió mientras se preparaba. «Me sentía observador del entorno natural, de las sensaciones con el agua y la gente que me acompañaba, pero en ningún momento tomé dimensión de lo que estaba haciendo», contó.

Cuando llegó a la playa municipal de San Martín, lo esperaba más gente querida, entre ellos Malvina, su pareja, y otros amigos y ex compañeros de trabajo. «El medio natural se despidió de mí de la mejor manera. Y no lo siento como un logro personal si no de todos los que acompañaron. Fue maravilloso», expresó.

Agradeció también al personal de Prefectura que puso a disposición un barco y una moto de agua desde el primer día, cuando presentó el proyecto; y a otros profesionales como la psicóloga deportista Ana Sorrentino y el osteópata Alán Bergues, quienes aportaron su granito de arena para que Alejandro pueda cumplir su objetivo.

Todos, de alguna manera, fueron una pieza clave para lograrlo. «Hubo mucha preparación, horas y kilómetros de entrenamiento. No estuve solo», expresó.

Esta locura linda inició en la planta del campamento educativo que está en el paraje Chachin, donde fue director y trabajó muchos años. También pasó por varias escuelas, una de ellas muy querida para él, la Escuela 255 de un barrio periférico de Cutral Co, donde aprendió mucho como docente y cosechó hermosos recuerdos. Pero su primera experiencia fue como celador en una escuela albergue de Villa Traful, el lugar que lo enamoró mientras realizaba un viaje como mochilero.

En esos años fue papá de tres hijos que hoy tienen 29 y 25 años, los últimos dos son mellizos (Camila y Facundo). Actualmente vive en San Martín de los Andes junto a su pareja. «Soy un agradecido de todos los lugares donde estuve trabajando. Para mi fue maravilloso. Esta profesión me permitió poder ser, me ayudó a compartir, a sentir, a estar en momentos excelentes y difíciles, conocer gente, docentes, y deberme a los alumnos», expresó.

Sin imaginarlo, su travesía tuvo una trascendencia tan enorme que recibió saludos de muchos ex estudiantes que pasaron por el campamento o conoció en otros lugares de su trayectoria docente.

«Sigo apostando a las aguas abiertas. Ahora estoy viendo si voy a la Isla Huemul, y ya me anoté para hacer la competencia de aguas abiertas en el Lago Puelo. También está el mundial en Villa La Angostura», anticipó. Y sobre el final habló sobre su madre con mucha emoción, quien a pesar del terror que le causa el agua, ese 28 de enero tuvo palabras de aliento que lo conmovieron, lo último que necesitaba para zambullirse y recorrer 27 kilómetros con éxito.

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