Cuatro amigos unieron La Angostura con San Martín a través de 120 kilómetros en esquí

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De distintas profesiones pero todos fanáticos de la montaña, cumplieron la «idea loca» que surgió durante un asado. La historia de su aventura.

Era sólo una idea más. Una de esas locuras que surgen cuando las sobremesas se extienden más de la cuenta. Esa vez, cuando la parrilla ya se enfriaba después de un asado compartido en El Chaltén, una voz propuso esquiar más que nunca para descubrir esos paisajes de la cordillera que nadie más conoce. Y la idea que podía haberse quedado en el fondo de una copa de vino terminó por volverse cierta: así, cuatro amigos se convirtieron en los primeros en unir Villa La Angostura con San Martín de los Andes a través de una travesía de 120 kilómetros en esquí.

Aunque son fanáticos de la montaña y pasan la mayor parte de sus días en contacto con los cerros, ninguno de los cuatro se dedica al montañismo de manera profesional. Los mellizos Joaquín y Facundo Pessacg, de 33 años, son uno, ingeniero civil y el otro, licenciado en Física. Diego Meier, de 35, es licenciado en Biología y fotógrafo aficionado, aunque estudió para ser guía de montaña. Eduardo Reamdock, de 43 años, es médico emergentólogo. Todos viven en Villa La Angostura y forjaron su amistad en base al amor por los deportes de nieve, el trekking y las aventuras al aire libre.

«Hace diez años que hacemos actividades de este tipo, así que tenemos mucha preparación, pero nunca habíamos hecho una travesía de tantos días y tanta distancia», explicó Joaquín Pessacg a LMNeuquén. Desde Villa La Angostura, se convirtió en el vocero de la historia compartida mientras el resto del grupo escalaba otros cerros. «Se fueron a escalar y yo tuve que quedarme por compromisos del trabajo», dijo como trasluciendo ese amor inagotable por la aventura.

Y es que los 120 kilómetros que recorrieron, entre bosques casi impenetrables, huellas de avalanchas y filos escarpados de los cerros parecen no haberles matado el deseo por escalar. Al contrario, Joaquín dice que la enorme travesía los dejó con ganas de más y que ahora, en otros asados, diseñan aventuras para seguir despuntando el vicio que siempre los congrega.

«Lo tiramos en un asado como una locura, y al otro día dijimos ‘che, ¿y si lo hacemos en serio?’ y ahí empezamos a darle forma al proyecto», explicó el aventurero. Así, iniciaron un proceso de preparación que incluía no sólo actividad física sino también el diseño de los recorridos, entrevistas con personas que conocieran algún rincón del trayecto y provisión de los equipos. Cómo moverse, cuánto peso llevar, qué comer, cómo comunicarse y cómo dormir eran algunos de los puntos que tenían que estar cubiertos.

«Lo más lindo fue la ilusión, íbamos viendo cómo iba empezando a tomar forma, y entre amigos, que nos tenemos confianza, vimos que algo que te parece totalmente loco, lo podemos hacer», señaló sobre la organización. Los cuatro se preparaban con jornadas de más de 11 horas de caminata en la montaña, mientras incorporaban el mejor equipamiento posible y fortalecían la mente para las potenciales dificultades.

La travesía hasta San Martín de los Andes

En las mochilas llevaban 22 kilos de peso, que se volvían 30 cuando no podían esquiar y tenían que cargar, también, los esquíes y las botas sobre la espalda. Llevaban comida deshidratada, que es la más liviana y nutritiva para esas travesías, y un calentador con combustible para derretir el agua de nieve, que servía para beber y cocinar. Además, buscaron carpas y abrigo especial, sus equipos deportivos y también sistemas de radio, GPS y comunicación satelital.

Aunque planearon una travesía más relajada, de 12 días de trayecto para poder descansar y subir algunos cerros para esquiar más ligeros de equipaje, las inclemencias del tiempo los obligaron a acortar su aventura. Recorrieron la distancia de tres días en apenas una sola jornada y hasta tuvieron que bajar a San Martín de los Andes desde el cerro Chapelco antes de tiempo, cuando les tocó asistir a una esquiadora accidentada que se quedó con parte de su equipo.

«Siempre surgen esas incertidumbres, por más que tuviéramos el camino muy estudiado», relató Joaquín. Y rescató la mejor parte de andar por donde nadie más anduvo. «Hay paisajes que nos van a quedar grabados para siempre, porque es imposible verlos de alguna otra manera», dijo. «Quizás algún baqueano con un animal llegó alguna vez, pero son prácticamente inexplorados», agregó.

Como amantes de la montaña, planearon su viaje también con una perspectiva ambiental. Cada vez que escalan un cerro, se comprometen a dejar todo tal como lo encontraron. «Yo veo esos paisajes y me imagino qué pasaría si me encontrara ahí un papel, por eso quiero que el próximo que lo visite no encuentre ningún rastro de que nosotros estuvimos», dijo el deportista, que tuvo que hacer el esfuerzo extra de cargar los residuos y sumar más kilos al pesadísimo equipaje para dejar la naturaleza tan impoluta como la había encontrado.

Aunque desconectados de todo, buscaban siempre la forma de actualizar la información del clima. «Nos pasó que esta temporada empezó con muy poca nieve; tres semanas antes de salir pensamos en suspender la travesía porque no había nieve suficiente para esquiar», relató. Después de ese debate, y como si hubieran llamado al polvo blanco que buscaban, una serie de tormentas tiñó todos los cerros cordilleranos.

«Fueron varias tormentas seguidas y nos tocaron esas en el medio de la travesía», dijo. La nieve abundante que celebraban los operadores turísticos también era una buena noticia para ellos, que aprovechaban las nevadas frescas para deslizarse a toda velocidad sobre sus esquíes. Pero las tormentas complicaban su visibilidad y les hacían modificar los recorridos. Así, cada vez que avanzaban a tientas, buscaban también información actualizada sobre el pronóstico del tiempo para evaluar sus planes y tomar nuevas decisiones.

«Lo habíamos planificado para 15 días, pero actualizábamos la información y no era para nada buena, por eso lo tuvimos que acortar a nueve», dijo Joaquín, y recordó los momentos más duros del trayecto, cuando tuvieron que avanzar a tientas por el filo de un cerro. «Tuvimos la nube encima todo el día en un valle que no conocíamos y sólo podíamos ver a 10 metros; cuando buscábamos algún lugar para subir sólo encontrábamos algún canaletón con huellas de avalancha», expresó. «Sabíamos que en esos lugares estaban dadas las condiciones para otra avalancha, así que pasamos mucho tiempo buscando la forma de subir hasta que encontramos un filo para seguir andando», sumó.

Los amigos solían pasar la noche en las zonas más boscosas, al resguardo de las copas de los árboles. Aunque los bosques ofrecían a veces una vegetación de cañas enredadas que los hacía avanzar a paso lento, también les proveían los arroyos en estado líquido para poder saciar la sed sin tener que derretir la nieve. Ya en movimiento, buscaban subir a los filos, que tienen menos vegetación y permiten el avance rápido. Así mantenían la altura hasta el final del día, cuando tocaba bajar a un valle, cocinar y armar la carpa.

Llevaban esquíes especiales y también usaban la llamada «piel de foca» que los ayuda a caminar con los esquíes puestos sin enterrarse, y que retiran luego para deslizarse por la nieve. Con estas ventajas y una buena dosis de experiencia, pudieron afrontar un viaje extenuante con más disfrute que preocupación.

Los cuatro acumulan experiencia e iban preparados para las contingencias. Sabían que iban a recorrer un camino inaccesible donde es difícil realizar rescates. Si pasaba algo malo, tenían que valerse por sí mismos porque no hay tantos helicópteros disponibles y acceder caminando puede tomar varios días. Además, no iba a ser fácil sacar a alguien accidentado en una camilla, por lo que la atención del grupo y los lazos de solidaridad se volvieron no sólo en una forma de tomarse la travesía. Eran también su herramienta de supervivencia.

«Ya habíamos hecho otros viajes y aventuras como las cordadas, cuando escalamos todos juntos unidos por la misma cuerda», dijo sobre los lazos de cooperación que ya habían aceitado de antes. «Si bien tuvimos trayectos muy duros por el clima, la convivencia nunca fue un problema», aclaró el joven y agregó que con el paso de los días ya aprendían a conocerse y prestarse ayuda. «Cuando uno bajaba al valle ya muy cansado, el otro se ofrecía a cocinar o armar la carpa, y así nos conteníamos entre todos», agregó.

El trabajo en equipo resultó fundamental para sostener el foco mental. Incluso cuando las tormentas les nublaban toda visión hacia adelante, había una sola cosa que podían ver con claridad: estaban juntos y avanzando hacia un objetivo compartido. Los recuerdos más inolvidables, la aventura de sus vidas. Pese a las marchas y las contramarchas, era eso lo que estaban logrando: algo que nunca nadie había hecho.

Diego, que es fotógrafo aficionado, fue el encargado de registrar cada momento del viaje. Ahora, mientras miran y clasifican una gran cantidad de material, ya conversan con editores profesionales de video para preparar un proyecto que quieren presentar en el Festival de Videos de Montaña de 2024. Los primeros adelantos ya se ganaron la admiración de muchos, por lo que el grupo apunta ahora a cincelar un recuerdo fílmico que les quede para siempre y que contagie a los demás su amor por la montaña.

Sus amigos y familiares les ofrecieron apoyo y contención desde el momento que se plantearon la aventura. ¿Se sorprendieron? Joaquín se ríe: «Creo que no, ya están acostumbrados a nuestras locuras». Pero sí los embargó el medio por saberlos lejos, incomunicados y frente a peligros que nadie lograba dimensionar. Como un bálsamo para la ansiedad, ellos proponían tomar el silencio como un buen augurio de su periplo. «Las malas noticias viajan más rápido, por eso les decíamos que no saber nada siempre es una buena noticia», afirmó.

Hacia el final de la travesía, cuando ya llegaban al cerro Chapelco, un evento inesperado les torció otra vez el destino. Se encontraron con una esquiadora que había sufrido un golpe y se había fracturado la cadera. Sin equipamiento, llevaba una hora tendida en la nieve y presentaba los signos de un principio de hipotermia cuando sintió que había ganado la lotería. «Vio llegar a cuatro tipos con mochilas enormes y uno le dijo que era médico emergentólogo y la podía ayudar», recordó Joaquín.

No hubo tiempo para la sorpresa. Los amigos ayudaron a la mujer y le cedieron parte de su equipo para que esperara el traslado en helicóptero. Pese a que tenían planeado llegar a San Martín de los Andes a la tarde del día siguiente, decidieron bajar junto al grupo que habían asistido, y así arribaron a su destino varias horas antes, en plena medianoche. «Nos fuimos a comer una pizza y tomar cerveza para festejar el final de la travesía, pero estábamos tan cansados que nos dormíamos en el restaurante», relató.

Pese al cansancio y los cambios de planes, consiguieron sacar la foto que los muestra sonrientes, con la satisfacción del logro obtenido. Y así, con un recuerdo indeleble en el corazón, se fueron llenos de dicha pero ansiosos de otras aventuras. «Ya estamos planeando cosas nuevas», dijo Joaquín sobre esa sed de aventura que parece no terminarse nunca. Los cuatro ya tienen varias cumbres conquistadas, y además del Lanín, el Osorno, el cerro Tronador o El Chaltén, al que llaman la Meca de los montañistas, saben que sus ganas todavía tienen aire para crecer. Y, por eso, se proponen aventurarse más y más. Desafiar los límites y subir cada vez más alto.

Fuente: LMN

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